La muerte es cosa seria
Se viene el 1º de noviembre o Día de todos los Santos. Para muchos, es la oportunidad de atenuar sus remordimientos limpiando y poniendo, por única vez en el año, flores en la tumba de sus seres queridos.
No hace mucho, irrumpió en Chile la fiesta conmemorativa de Halloween, con que los norteamericanos rinden homenaje a los difuntos y celebran el fin de las cosechas. De allí las calabazas con rostros de espanto.
Aquí, ni los adultos ni los más pequeños han comprendido el significado de esta tradición celebrada en Norteamérica. Por ello y casi al finalizar el año, Halloween se convierte en una buena oportunidad para la diversión, los caramelos, las bombas de agua y los disfraces. Una noche despojada aquí de todo contexto, salvo el comercial.
Más allá de la efeméride en que los deudos repletan los cementerios, la muerte es siempre motivo para los más diversos ritos, conmemoraciones y festejos. De allí que el programa Memorias del Siglo XX, de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), atesore una importante colección que incluye fotografías y videos que rescatan, desde mediados del Siglo XX, los rituales y tradiciones ligadas a la muerte. La finalidad de esta unidad es la de reunir en terreno, testimonios de trascendentales acontecimientos narrados por sus propios protagonistas.
Por ejemplo Alberto Ruiz, vecino de la población Pantanosa de Frutillar Alto, relata que para honrar la memoria de los fallecidos, "los velorios se transformaban con rezos, chistes, bebidas, alcohol, mate y café. Se pasaba bien" afirma. "Todos en la población acompañaban a la familia, porque íbamos a comer. No era por tanta fe, como se puede ver ahora, era más por ir a pasarla bien y divertirse".
En medio de las carencias económicas, los funerales eran una instancia para compartir y deleitarse con platos caseros que eran un lujo. Ruiz agrega que "cuando fallecía alguien, la familia Andrade hacía unas comidas que nunca más he comido: las cazuelas más buenas las hacía esa familia. En unas ollas de patas enormes, no sé, entraría medio cordero, un cordero ahí, hecho cazuela. Cosa más buena no hemos vuelto a probar".
Cuando moría un vecino en Pantanosa, lo velaban envuelto en una mortaja negra mientras terminaban el ataúd, el que, generalmente, era fabricado por los propios amigos o familiares del difunto con los escasos recursos que poseían. Alberto Ruiz recuerda que en una ocasión, se demoraron dos días porque "era difícil encontrar la madera y no había pintura. Entonces lustraron la urna con pasta negra de zapatos".
Momento de unión
Pero la muerte se vive y representa de diversas formas. Las fotografías que forman parte del archivo de Memorias del Siglo XX muestran, entre otras, imágenes de "angelitos", niños que fallecían antes de ser bautizados y que eran así llamados por su condición de "inocentes", lo cual les garantizaba un acceso inmediato al "cielo". Los infantes eran vestidos de blanco, con alas, y sentados en medio de coronas de flores y adornos para que presidieran el velorio (como se aprecia en la fotografía). Los retratos de esta escena se regalaban a los deudos como recuerdo.
En los conventillos del centro de Santiago, la muerte era un momento que concitaba la unión y solidaridad de los vecinos. Teresa Rodríguez, habitante de "El chiflón del diablo" (Barrio Yungay), relata que todos acompañaban a los deudos. "En los entierros íbamos caminando al cementerio, porque no había para pagar las carrozas con caballos que había en ese tiempo. íbamos todos los vecinos, sobre todo cuando morían guagüitas, o si no, había unos vecinos que trabajaban en la micro Avenida Matta (...) ellos se conseguían la máquina y nos íbamos con la guagüita o el muerto arriba de la micro, hasta el cementerio".
En su rol de depositaria de la memoria histórica del país, la Dibam cautela y ofrece a los chilenos este y otros magníficos documentos, testimonios invaluables que pueden y podrán ser consultados por estudiosos de ésta y de futuras generaciones.